"Había abuso sexual y castigos corporales. Nunca me imaginé que se pudiera ser golpeado tan fuerte. Pero no había acceso a educación, ni a servicios de salud. Y usaban el lenguaje militar con nosotros. Era una situación muy grave".
Contar todo esto le tomó a Claudio Yáñez 20 años.Este chileno siempre prefirió no hablar de su infancia y mantenerse a distancia de quien se mostrara interesado en conocer, simplemente centrándose en su educación y su carrera.
Y así fue hasta que sendos informes publicados el año pasado y este por comisiones especiales de investigación del Congreso de Chile sobre los abusos en los centros del Servicio Nacional de Menores (Sename).
Los reportes revivieron los terribles recuerdos que tiene de su estancia en varios de aquellos centros, en los que fue internado por primera vez a los 10 años.
Esta es su historia, tal como se la contó al programa Outlook de la radio de la BBC.
"Mi madre tenía 23 años cuando nací. Vivíamos en el centro de Chile, ella era limpiadora y no le permitían llevarme con ella al trabajo, así que me dejó con mi madrina, quien se dedicaba a lo mismo.
A los 6 años me llevaron a vivir con mi abuela en un remoto pueblo del norte del país y a partir de entonces fui de un lugar a otro: me enviaron de regreso con mi padre, luego con mi madre, por último de nuevo con mi madrina.
Me fue imposible establecer vínculos con nadie. Siempre que empezaba a forjar una relación, me mandaban a otro lado.
Estaba emocionalmente confundido. Quien pensaba que era mi madre no lo era. Era mi madrina.
Sentía que nadie me quería, que era un estorbo.
Mi comportamiento se volvió errático. Estaba frustrado y era violento a veces, por lo que nadie me quería a su lado. Y yo tampoco quería estar donde estaba.
Así que me reveló contra mi madre y su marido.
No me gustaban las condiciones en las que vivían, en aquel lugar sin agua potable ni electricidad.
El único sitio en el que me sentía a gusto era la escuela. Era una vía de escape.
Iba allí no solo a aprender, también a estar con mis amigos, a entretenerme… Cualquier cosa por no estar en casa.
Deseaba que las horas escolares duraran más.
Me escapé de casa muchas veces. Huía y dormía en una colina… donde fuera. Simplemente no deseaba volver a aquel lugar en el que no me querían.
Un día un adulto me llevó a un centro público para menores de Chile.
Pero esos lugares no son en realidad centros de acogida. Son más bien cárceles, unos lugares muy violentos, muy agresivos.
El maltrato allí era extremo. No solo por parte de los empleados, también por parte de los propios menores.
Ocurrían abusos sexuales y castigos corporales. Nunca me imaginé que se pudiera ser golpeado tan fuerte.
No había acceso a educación ni a servicios de salud. Y usaban con nosotros un lenguaje militar.
La situación era muy grave.
También había abuso de poder, como cuando sacaron al chico más grande, le dieron un cucharón y le dijeron que nos golpeara lo más duro que pudiera.
Todos nosotros llorábamos por los golpes y la persona a cargo simplemente reía. Pensaba que era una broma.
Luego vio que seguíamos llorando, así que reprendió al chico grande por habernos golpeado con tanta fuerza.
Ocurrían abusos sexuales y castigos corporales. Nunca me imaginé que se pudiera ser golpeado tan fuerte
Fue muy doloroso y difícil darme cuenta que estaba solo, que no había nadie más que pudiera ayudarme.
Tuve la suerte de que me recomendaran para una prueba psicológica.
Cuando salieron los resultados y resultó que tenía un cociente intelectual alto.
Así me convertí en el primer niño de ese lugar al que le permitieron ir a la escuela.
Me di cuenta que estaba solo, que solo podía contar conmigo mismo y que aquello en lo que me iba a convertir dependía de mí
Tenía un trabajador social con el que podía hablar y al que quejarme. Así que sabían lo que estaba pasando, pero no nos escuchaban.
Y si las quejas llegaban a oídos de los que estaban cometiendo los abusos, podía ser peor para nosotros. Así que elegimos mantenernos callados.
No había camaradería alguna, porque este sistema te mutila las emociones. No sientes nada. No sientes empatía, ni ningún tipo de simpatía.
Eso fue lo que me pasó a mí. En cuanto entré allí mi ADN cambió.
Llegué a un punto en el que no sentía nada.
Vi a aquel niño a punto de ser violado y no sentí nada. Estás allí y es la ley de la jungla. Tienes que sobrevivir.
Un día decidí huir.
Seguía estudiando y al salir de la escuela trabajaba por unas horas en un hotel. Conocí a una familia que se alojaba allí y empecé a contarle mi vida.
Desde entonces, y hasta hoy, es mi familia.
A pesar de que esta familia me acogió, me sentía un extraño. Fue difícil ajustarme a ellos, a este nuevo entorno.
No estaba acostumbrado a recibir ningún tipo de amor, a la amabilidad.
Piensas que eres culpable, que todo lo que te pasó de niño y de adolescente fue tu culpa. Lo llevas contigo y cuesta mucho deshacerse de ello.
Tienes que reconstruirte como persona. Y toma su tiempo. Aunque antes o después ocurre.
Cuando ya estaba terminando la universidad empecé a sentirme con más confianza.
Conseguí un trabajo. Soy ingeniero civil y ahora soy un funcionario de alto rango.
Vi a aquel niño a punto de ser violado y no sentí nada. Estás allí y es la ley de la jungla. Tienes que sobrevivir"
La gente que pasó por lo mismo que pasé yo es siempre discriminada. Es como quedar marcada y mi país es muy intolerante y lleno de prejuicios.
No quería que las puertas se me cerraran una vez revelara lo que me pasó y cuáles eran mis orígenes.
Ese era mi gran miedo. No quería quedar expuesto.
Pero a la luz de las recientes revelaciones, que señalan que en los últimos 10 años murieron al menos 1.300 niños en los centros del Servicio Nacional de Menores y muchos otros sufrieron malos tratos o torturas, fue que decidí hablar sobre mi pasado.
Pensé que, por mi posición y porque yo mismo pasé por todo aquello, debía contar mi historia.
Trabajé durante muchos años en el sector de salud y fue una sorpresa para mis colegas que su director, su manager, tenía esa historia, esos orígenes.
Su reacción fue muy positiva. Y eso fue muy bueno para mí y también para ellos.
Tengo que reconocer que Chile ha cambiado. Es un país completamente diferente a aquel en el que me criaron. Ahora es un poco más inclusivo y creo que es eso lo que permite que mi historia le llegue a la gente.
Ahora dirijo una organización que ayuda a los niños que están en ese sistema.
Nos enfrentamos a niños que no tienen ninguna motivación, a los que se les dijo que no son buenos para nada, y queremos decirles que esa no es la manera.
Queremos que sus sueños se vuelvan realidad y a los que no tienen un sueño les queremos ayudar a crear uno.
Los niños pueden llegar a ser lo que quieran y nosotros estamos ahí para ayudarles.
Mi madre, de 63 años, murió hace un par de semanas y, por supuesto, fue triste.
Pero yo ya había sufrido y llorado su pérdida, durante mi infancia.
Nunca estuvo ahí para mí y cuando me sentía solo sufría por su ausencia.
Quizá me faltó una última conversación con ella".